Cuando la luna bajó a escuchar a Tiamat

Diciembre 11, 2025

La noche del 4 de diciembre de 2025 ya venía rara. No era una noche normal: algo en el aire olía a presagio, a electricidad estática, a mal augurio astronómico. Desde que crucé el puente peatonal rumbo al recinto, la vi colgada del cielo como un ojo gigantesco y blanco: la Luna Fría, la última del año, inflamada por el perigeo y brillando como si hubiera decidido acercarse a la Tierra para ver qué diablos estábamos haciendo ahí abajo.

Era una superluna, dijeron los científicos de ocasión. Para mí, era un reflector cósmico apuntándonos en plena escena del crimen.

Entré al decadente Bunker 57 sintiendo que esa luz me perseguía, como si fuera testigo oficial del desmadre emocional que estaba por desatarse con Tiamat. Afuera, la gente avanzaba lenta, como zombis elegantes envueltos en chamarra negra. Adentro, la atmósfera ya estaba cargada. Y no sé si fue el frío o el magnetismo lunar, pero había algo completamente fuera de lugar, como si todos supiéramos que estábamos ahí para cerrar un ciclo que ni siquiera sabíamos que habíamos empezado.

Este era el último evento del año organizado por la promotora local Dark Entries Productions. Tenían que cerrar a lo grande. Ellos fueron los responsables de traer a Imperial Triumphant, Lacuna Coil, Paradise Lost, Possessed, Cradle Of Filth, y hasta armaron el esbozo de un festival, el Demolixion Fest. Todo en diez meses. Increíble. La leyenda sueca sólo es un refrendo de su esfuerzo y trabajo para traer bandas imponentes a la ciudad de San Luis Potosí.

A raíz del anuncio del San Luis Metal Fest para 2026, leí un post en Facebook donde afirmaban que gracias a la presentación de Till Lindemman en enero de 2024 y de Marilyn Manson en la FENAPO 2025, se abrió el espacio para el metal y sus subgéneros en la capital potosina. Patrañas. Si el metal se está consolidando en esta parte de México es por el esfuerzo de las productoras independientes (como la que trajo al teutón) que desde hace años han invertido su patrimonio para traer proyectos que antes nunca pensaríamos tener tan cerca. Y, claro, los que pagamos una entrada para verlos en vivo.

Con los asistentes agrupados, Rot saltó al escenario. Si se van a The Metal Archives y buscan “Rot”, les saldrán ocho resultados, y ninguno son ellos. Los potosinos se han mantenido en el underground, pero no quiere decir que les falta talento o sean malos. Los vi abrir para Shade Empire y luego para Carcass. No cualquiera logra eso. Su death metal es asombroso. Algo que me pareció extraño es que un sujeto ajeno al cuarteto se colocó al lado de la batería, agachado. Si hubo algún problema, ni siquiera me percaté, me mantuve ocupado moviendo la cabeza.

Llanto Brujo fue el otro talento de casa, orillado más hacia el lado melódico, pero no por ello carente de brutalidad. Su nombre recuerda a la serie de libros fundacionales de la religión afrocubana Palo Mayombe. Tal vez por eso su descripción en redes sociales es la de “nos gusta tocar pesado y cantar de cosas macabras”. Nunca los había escuchado y levantaron los ánimos aún más. Entre cada tema lanzaban algo al público, ya sea playeras o parches, y hasta rosas blancas. Casi ni nos dimos cuenta que los integrantes de Tiamat pasaron por detrás de nosotros rumbo a su improvisado camerino.

Los suecos, esperando a la orilla de la escalera que los llevaría a escena, esperaron unos largos minutos, en donde varios de nosotros aprovechamos para tomar una foto o sacar alguna firma. Sin expresión, los músicos aceptaron. Por la tarde ya habían tenido una sesión de meet and greet con varios afortunados, pero esta interacción de último momento no pareció provocarles molestia.

Cuando Johan Edlund salió -lánguido, etéreo, casi espectral-, la luna parecía colarse por las rendijas del techo para verlo mejor. Imposible, el Bunker 57 es un lugar cerrado. Pero esa impresión me dio. La música arrancó, y los primeros riffs se mezclaron con ese brillo indecente del cielo. Una combinación peligrosa: Tiamat tocando con la calma del que ha visto la oscuridad y ha decidido quedarse a vivir ahí, y arriba de nosotros, traspasando todo lo tangible, una luna iluminando todo como un flashazo divino, o demoníaco, según el humor.

En un punto, Johan sostenía una de aquellas rosas blancas que arrojó Llanto Brujo. Tenía un outfit para cada etapa del concierto, y hasta me pareció verlo con una corona de espinas. A este Cristo oscuro lo acompañaba Lars Sköld en la batería, Gustaf Hielm en el bajo, Simon Johansson en la guitarra, y Per Wilberg en los teclados. Juntos eran el ensamble perfecto del caos.

Esa chingada luna parecía reaccionar con cada nota. Cuando las guitarras se alargaban, se expandía. Cuando la voz se volvía grave, oscurecía el borde del horizonte. Cuando el público gritaba, la luna… no sé, quizá sólo estaba ahí, inmóvil, pero juro que vibraba a través de las paredes.

Tal vez era el frío. Tal vez era la música. Tal vez era yo, exagerando como siempre para sobrevivir al cansancio, pero por un momento sentí que Tiamat no estaba tocando un concierto, sino haciéndole una especie de ritual pagano a ese disco blanco en el cielo. Como si ambas cosas -la banda y la luna- se hubieran puesto de acuerdo para recordarnos que el año se termina, que las etapas mueren, que todo lo que creíamos sólido es un espejismo que se derrite cuando se le mira demasiado tiempo.

Y lo más extraño: nadie hablaba de la luna. Nadie volteaba al salir. Nadie comentaba nada. Pero todos la sentíamos ahí, presionándonos la nuca como un dedo helado. El soundtrack perfecto para una noche que parecía no pertenecer al calendario, sino a un sueño o a una cruda cósmica compartida por todo el planeta.

Cuando el concierto terminó, salí a la avenida y me encontré otra vez con ella. Gigante. Absoluta. Parecía que había estado esperando. Y por un segundo, pensé que Tiamat y la Luna Fría habían pactado algo entre sí: una luz que no quema y una oscuridad que no mata. Una noche que no debería repetirse… pero que uno desea volver a vivir.

Agradecimientos especiales a Dark Entries Productions

Fotos por HugoEmeCe

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